sábado, 27 de abril de 2019

VOX. ¿UNA CASUALIDAD?

VOX no es una casualidad, ni el síntoma de que una parte de la sociedad se haya vuelto majareta. Tampoco es unas siglas, ni un color, o unos dirigentes. Es mucho más. VOX ha recogido una corriente social, hasta ahora soterrada, de hartazgo generalizado. Ha agarrado una bandera, le ha puesto nombre, apellidos, ha señalado problemas, los ha sacado a flote con luz y taquígrafos, y los ha soltado a los cuatro vientos. Mucha gente ha visto sus inquietudes y sufrimientos sobre el tapete, y ha comprado ese discurso. Otros han visto en sus axiomas sin complejos problemas que hasta ese momento ni se había planteado que lo fueran. Se han cuestionado lo que hasta ahora eran saltos de fe inquebrantables. Como hartamente se ha demostrado a lo largo de la historia, las tendencias de la sociedad son pendulares, y cuando el equilibrio homeostático desaparece, surgen fuerzas contrarias que retoman el balance como en el cuerpo humano, en ocasiones pasándose de frenada. Nuestro país requiere urgentemente de una segunda transición, una regeneración a todos los niveles que relance los valores humanos atemporales. Muchos nos hemos convertido en niños consentidos, para los que sólo cuentan los derechos, nunca las obligaciones. Hemos vivido demasiado tiempo con el mundo del revés: con servidores públicos sin vocación de servicio, padres que no educan, políticos que parasitan.
Con una élite cuyos únicos mantras han sido el saqueo, el latrocinio, el trile, la sirla, que han mandado un nefasto mensaje descendente que muchos han hecho propio. Por otro lado, hay que asumir sin miedo que la sociedad ha cambiado, y las instituciones públicas, así como las normas, han de adaptarse a los tiempos que corren. Nos hemos convertido en un país débil y asustadizo con los que socavan la convivencia, más preocupados en que nos llamen xenófobos, inhumanos, intolerantes o racistas que de defender lo que de verdad importa. Y eso, es letal. Los lobos han visto en nuestro territorio su medio natural, pisotean los límites de la ley con absoluta chulería, mientras permanecemos ajenos como niños asustados bajo la sábana, esperando que venga mamá a salvarnos del coco. Porque si a un depredador le dejas terreno libre, hace lo propio de su condición; como si a un niño consentido e insolidario le dejas patente de corso para hacer lo que le de la gana (¿le suena un territorio triangular en el noreste de la piel de toro?) VOX ha puesto foco sobre cuestiones que hasta ahora nadie se atrevía a airear, por miedo (más que fundado, por otro lado) a recibir el más terrible de los castigos mediáticos o sociales: sobre las brutales injusticias que está provocando la Ley Integral de Violencia de Género, y toda la corriente de radicalismo aparejada, el despilfarro de las administraciones públicas, el poder omnímodo de los partidos políticos, el nazismo propio del independentismo radical en Cataluña y País Vasco, la laxitud de las instituciones a la hora de defender nuestras fronteras de las violaciones a las que se ven sometidas, la desigualdad entre territorios en el reparto de los recursos y un largo etcétera. Y es que es una vergüenza que los que han de defendernos, por su buenismo y miedo el qué dirán, nos deje al albur de las alimañas. Que todavía se cuestione y esté en el aire una herramienta fundamental de todo estado de derecho como es la Prisión Permanente Revisable. Que no haya mecanismos firmes y prestos para echar de nuestro territorio a aquellos que, con su comportamiento, han demostrado ampliamente que han venido a parasitarnos en lugar de a sumar. A los que, en lugar de integrarse, vienen a imponer sus costumbres, exhibiendo sin ningún pudor su intolerancia hacia nuestra forma de vida. Es fundamental generar un nuevo proyecto de país, ilusionante, con orgullo de lo propio y espíritu crítico como premisa fundamental para desmantelar todo lo que hasta ahora se ha demostrado no funciona. Dar un impulso renovador con valores intemporales para devolver la ilusión a la sociedad. Y es que VOX no es una anomalía de la historia como quieren ver algunos, como Trump tampoco lo es, ni Salvini, ni Orban, ni el Brexit. Responden a un fracaso colectivo y a que hemos llegado a un callejón sin salida, y muchos debieran asumir su responsabilidad, en lugar de ir metiendo a la gente el miedo en el cuerpo. Ahora a llorar a a casita, si es que toca.