domingo, 25 de marzo de 2018

¿Justicia?

La banalidad del mal. El sinsentido para las personas corrientes de actos que la mayoría sería incapaz de acometer nos conmueve, nos fascina, nos sorprende, nos indigna, todo a la vez. Voy a hablar de la violencia, pero esta vez de la que nunca se habla y muchos varones sufren en silencio. El porqué del comportamiento de los seres humanos siempre me ha producido una atracción irresistible, aunque siempre llegue a la misma conclusión. ¿Quién lo sabe?.¿ Quién es capaz de meterse en el alma y espíritu de un asesino, un violador, un pederasta? Todos los análisis son insuficientes para tratar de desentrañar la raíz del comportamiento humano, ese ser impredecible y al tiempo fascinante, capaz de inventar el avión y después usarlo para tirar a sus congéneres a un mar infestado de tiburones. La libertad y la ventaja evolutiva que nos ha aportado el raciocinio es al tiempo un instrumento magnífico y una condena, nos convierte en seres tan perdidos ante la avalancha de información a nuestro alcance y las inmensas posibilidades que nos brinda la tecnología que entramos en cortocircuito. La papeleta vital en una sociedad desarrollada es de aúpa. Vivir cada vez es más complicado y saber vivir se ha convertido en un arte eternamente inacabado propio de un fino artesano. Me da la impresión de que el ser humano del siglo XXI , navega unas aguas muy turbulentas. La falta de respuestas a tantas preguntas que en tiempos pasados respondía el párroco en el púlpito los domingos por la mañana nos está volviendo locos. Lo creo sinceramente. El Orfidal es la Biblia de hoy en día. Lo mismo que los ramalazos modernos por el deporte extremo y el culto al cuerpo, los juegos on line, el tabaco, las páginas porno. Necesitamos de vías de evacuación como las ollas exprés una espita, simplemente para no explotar en un mundo en el que nos manejamos en la eterna contención, portando una careta de normalidad que esconde esa bestia disfrazada de normas que cuando sale es aterradora. En lo ininteligible del comportamiento humano vaga mi mente cuando llega el asesinato del pececillo Gabriel a manos de la pareja de su padre y que tanto ha sacudido la opinión pública. Ingentes horas de debate y tecla se han gastado en intentar desentrañar el móvil, por qué una persona adulta acaba de manera tan vil con un ser indefenso y al tiempo tan inocente. Se habla de celos, de dinero, de locura… Mi opinión es que es tan sencillo y complejo al tiempo como que estamos rodeados de seres maléficos: el mal existe, genuino y carnal. Puede ser lo mismo la charcutera del barrio, que el conductor del autobús o un profesor de la universidad, ya va siendo hora de que deje de impactarnos la idea de que hay personas demoníacas a nuestro alrededor, lo mismo que no nos sorprende que salga el sol por la mañana. Esta mujer dominicana es una psicópata de manual que lleva ejerciendo como tal desde que se le conoce historial, una más del cinco o diez por ciento de su especie que conviven con nosotros a diario en nuestro trabajo, el gimnasio o las clases de cocina. La mayoría no llegará tan lejos como ella, y su violencia la ejercerá sin traspasar ese límite que tan bien conocen por tan frecuentado. Lo suyo es la destrucción por goteo, sibilina y soterrada, de todo aquel que le suponga un obstáculo en su vida por el motivo que sea: lo mismo una ex pareja, que un compañero de trabajo que le haga sombra. Sólo unos pocos de entre ellos llegarán a Ted Bundy. Se alimentan del ejercicio del control sobre todos aquellos a los que pretenden destruir, y el único sentimiento genuino que albergan es la ira. No soltarán la presa hasta que quede plenamente devastada. Centrándonos en las mujeres, hoy en día ser mujer, madre y psicópata es una amenaza para su entorno equivalente a las bombas de Hiroshima y Nagasaki juntas. A la facultad propia de ejercer el mal de algunas personas del sexo femenino por goteo de baja intensidad hay que unir la patente de corso que atesoran cuando se trata de enfrentarse al sistema judicial, ya sea por una separación, un divorcio o la lucha por la custodia de los hijos. ¿Conocen algún caso de una mujer que se haya quedado en la calle tras una separación con hijos de por medio? Les doy un día y medio para pensarlo. No necesitan derramar ni una gota de sangre, ni hematomas ni lesión física alguna para dejar al contrario para tirarlo al cantón de limpieza. En nuestros días, además, gozan de aliados inestimables: un sistema institucional que por querer solucionar el problema de la violencia que ejercen ciertos hombres sobre las mujeres, han abierto otro frente silencioso pero no por ello menos grave: el de los hombres machacados laboral, económica y emocionalmente por féminas que usan esas armas de destrucción masiva que el sistema le proporciona para, impunemente, reducir a escombros a un ser humano, aún a costa de sus propios hijos. Alucinante. ¿Verdad?. Pero tan cierto como que estoy escribiendo estas líneas ahora mismo. Fíjense ustedes el caso de un amigo. Separado hace dos años, debió recurrir al sistema judicial por la nula voluntad de negociación de su ex pareja para llegar a una entente cordial (lógico, sabe lo que hay), que “bien” asesorada por abogados con menos escrúpulos que un escorpión africano, ha dejado literalmente desplumado. Esto no es una exageración, con cuarenta y cinco años que arrastra, le pide dos euros a sus padres para que sus hijas cuando están con él puedan comprarse unas gominolas. ¡¡Tela!! La señora jueza, ejerciendo la potestad que le ampara y le convierte en la figura más cercana a dios que existe sobre la faz de la tierra no ha dictado una sentencia, básicamente ha condenado a mi amigo a la indigencia, ejerciendo un, como mínimo, particular concepto de la Justicia. Mi amigo come gracias a la caridad de su familia y echa gasoil al coche con el dinero que le pasa su madre. Por si esto no fuera suficiente, además ha de aguantar la alienación parental a las que somete a su descendencia en común, el acoso psicológico continuado en forma de mails, WhatsApp, llamadas y las constantes provocaciones en los intercambios de las criaturas a sabiendas de que juega con una mano ganadora en todo momento y que cualquier movimiento en falso de la contraparte acabaría con sus huesos en el calabozo. En resumen, el SISTEMA ha puesto a disposición de una verdadera HIJA DE LA GRAN PUTA misiles nucleares que ha usado a discreción y sin piedad para acabar con la vida de mi amigo en todos y cada uno de sus aspectos (salvo en su dignidad, esa sigue intacta). ¿O ustedes piensan que una separación (con las circunstancias que medien, me da igual, salvo violencia que no es el caso) es motivo o da el derecho a un ser humano sea del sexo que sea a machacar a otro y reducirle a polvo, usando la descendencia en el proceso? La bandera reivindicativa que en los últimos tiempos tanto enarbolan unos y otras de una legítima igualdad de sexos se está viendo manchada por casos de flagrantes injusticias infligidas a hombres sólo por el mero hecho de serlo. Se está pasando de un extremo en el que la mujer se veía desprotegida ante la violencia gratuita de muchos varones, al lado contrario en apenas treinta años. Suena más a una venganza lenta y maquiavélica que a un afán de justicia social igualitaria. A una revancha, más que a tender puentes de convivencia. Da miedo. Ser varón hoy en día y tener que enfrentarse a los envites de una mala pécora que quiera llevar al extremo su vendetta contra ti puede llevar al abismo más profundo, a convertir a un ser humano en un menesteroso. Porque si, señores, ya es hora de decirlo. Es perfectamente compatible ser mujer, madre y separada y al tiempo una perfecta hija de perra. Ser madre no convierte a una mujer en la Virgen María. Estar separada o que le deje el varón no significa que sea Teresa de Calcuta, tener vulva no les convierte en el sexo débil y que mueran cuarenta y tantas mujeres a manos de sus parejas o ex parejas cada año no las convierte automáticamente a todas en víctimas per se. Y que conste, reniego de cualquier tipo de violencia, pero basta ya de partir de falsos estereotipos. Porque las mujeres, a su manera y con los instrumentos adecuados pueden dañar más que una puñalada, no todo ha de reducirse a lesiones y sangre. ¿Quién protege al varón de las lesiones del alma?. ¿Cuántos han acabado suicidándose porque se han visto indefensos y no han podido aguantar más el acoso psicológico al que impunemente les ha sometido una ex pareja? Esas estadísticas supongo que no interesa que salgan a la luz pública. Y daré otro paso más. Sin justificar, repito, sin justificar en absoluto el uso de la fuerza. ¿Cuántos casos de violencia machista tienen su raíz en haber llevado al hombre al extremo? ¿A que la otra parte haya usado a los hijos para atacarles, a que se hayan visto desplumados, triturados psicológicamente y arrastrados a un estado de extrema desesperación? Llegar a la raíz de la violencia es analizar cada uno de los aspectos involucrados en la misma, no poniendo siempre el foco en el varón que se le “va la olla” y comete una atrocidad. Eso, señores y señoras, es un error claro de sesgo y no ayuda en nada a solucionar esa lacra que es la violencia familiar, venga de donde venga. Ya va siendo hora de dar luz y taquígrafo a una verdad que nadie se atreve a afrontar por miedo (y con razón) a que la sociedad ,con su ola de feminismo hipócrita y mal entendido, te pase por encima como un tsunami. Estamos pisando un terreno muy peligroso, que fomenta la hostilidad, en lugar de aminorarla. Y a los hechos me remito: desde que se instauró la Ley de Violencia de Género, no ha bajado en absoluto la cifra anual de muertas por este motivo. ¿Nadie lo ve? Estamos obligados como sociedad a analizar muy seriamente los errores garrafales en los que estamos incurriendo, pues estamos vistiendo un santo desvistiendo otro. Me da la impresión de que si no rectificamos, algún día se recordará esta época como el nazismo, en el que un chivo expiatorio fue masacrado sin motivo ni razón en aras de una causa supuestamente superior. Para muchos varones será tarde ya. No busquen explicación al comportamiento humano, sólo póngale límites para no alimentar la bestia oculta que muchos llevamos dentro.