martes, 6 de noviembre de 2018

Reflejo de cambio.

Estaba leyendo el interesantísimo libro del brillante criminólogo Vicente Garrido, “Los hijos tiranos”, y me ha llevado a otros derroteros respecto a la sociedad a la que nos dirigimos, y no muy halagüeños precisamente. Garrido parte de la hipótesis de que, por varios motivos, hoy en día las familias somos menos competentes en la crianza de la prole, lo cual resulta sorprendente siendo la generación más preparada de la historia académicamente hablando y el nivel de bienestar es mucho más alto que el de nuestros padres o abuelos. Pero hay factores múltiples que obran en contra de una crianza adecuada (y esto ya es de mi cosecha) Creamos una sociedad demasiado confortable para el jovenzuelo, en la que imperaba lo fácil e inmediato, poco dado a aguantar la frustración, la demora, el trabajo duro, el sacrificio, en la que a los jóvenes poco o nada se les exige hasta el fin de sus estudios académicos. Tanta seguridad, sin referencias de lo que ha costado llegar donde estamos ahora, sin haber sufrido carencias ni grandes penalidades, no es bueno. Sin el testimonio de nuestros abuelos que sí supieron de la guerra, el hambre, las estrecheces, de esa generación en la que la solidaridad era la piedra angular en la que se basaba la convivencia, por pura necesidad. En la que era la COMUNIDAD la que se encargaba de criar a las nuevas generaciones y las familias no vivían tan encerradas en sí mismas, en sus pisos o urbanizaciones privadas. Falta la memoria de esa generación que poco a poco va desapareciendo y que podía hablar de cartillas de racionamiento, de trabajo infantil, de frío o de hermanos e hijos muertos por enfermedades hoy erradicadas. Existía la muerte y el sufrimiento porque formaba parte del pan nuestro de cada día, y era asumido con total naturalidad como una parte más de la existencia. Hoy en día sobreprotegemos a los pequeños en un capullo en mi opinión demasiado confortable, que no prepara para los reveses que tarde o temprano la vida va a infligirles, viéndose desvalidos y asustados frente a retos tan importantes como la falta de oferta laboral, la inmigración y la violencia incipiente en la sociedad. Hace unos pocos lustros, la madre estaba presente para monitorizar a los hijos. Esa parte fundamental se ha perdido con la inclusión de la mujer en el mercado laboral, y la obligatoriedad en gran parte de las familias de ingresar dos sueldos debido al desaforado encarecimiento de la vida. Hoy, con apenas unos pocos meses los hijos son colocados en una guardería si hay recursos para poder sufragarla, o si no, bajo el cuidado de unos cansados abuelos que altruístamente se “ofrecen” a ocupar un espacio que no les corresponde por edad y energías mientras que sus hijos andan ocupados en pagar las facturas. Este dato es dramático si nos referimos a familias inmigrantes, cuyos cónyuges que ven obligados a afrontar jornadas maratonianas en oficios de baja cualificación, dejando a los críos solos muchas horas, o al cuidado de una institución benéfica, un familiar o un vecino. Por no hablar de las familias monoparentales, en las que la madre se ve obligada a llevar la carga casi completa, y en la que la falta de una figura paterna conlleva en innumerables ocasiones graves problemas de disciplina en los menores. Es indiscutible que la figura materna ha sido a lo largo de la Historia una pieza clave sobre la que se asentaba la estabilidad de la familia. Sin negar su derecho legítimo a desarrollar una carrera profesional digna, mi opinión es que su ausencia, o la ausencia de uno de los progenitores para estar presente en la vida de los hijos, ha supuesto un grave hándicap en la interiorización de los valores de la sociedad por parte de las nuevas generaciones, las cuales pasan más tiempo en actividades extraescolares o en compañía de una PlayStation que haciendo vida familiar. Algo falla en este mundo si nuestros hijos pasan más tiempo “colocados” en algún sitio que con sus propios progenitores, pero la rueda de la economía ha de seguir girando. Otra grave amenaza que se cierne a la vuelta de la esquina es una crisis demográfica descomunal y las terribles consecuencias que a medio y largo plazo tendrá para nuestra nación, claramente motivada por una dinámica vital claramente incompatible con tener descendencia: jornadas laborales maratonianas cada vez más enfocadas al sector servicios, que con la liberalización de horarios comerciales hace un acto de heroicidad plantearse tener más de un hijo por hogar. A lo que hay que sumar un descenso de la capacidad adquisitiva debido a los sueldos cada vez más exiguos y la subida de precios generalizada, especialmente asociada a bienes de primera necesidad: gasóleo, luz, gas, casa y comida se llevan la inmensa mayoría de los recursos que entran en los hogares españoles, dejando muy poco margen para lujos asiáticos del tipo “tener un vástago”. La tasa de reposición sólo se cumple en el caso de los inmigrantes, los cuales en cuestión de una generación van a pegar un salto descomunal en términos cuantitativos, con las consecuencias tan perniciosas que ello acarrea. La capacidad de asimilación de nuevos integrantes de culturas tan dispares entre sí y al tiempo diferentes a la nuestra es limitada, y hoy en día se está viendo completamente desbordada con las oleadas de nuevos inmigrantes que, tanto legal como ilegalmente, asedian nuestro país. No hay nación que soporte tasas de inmigración semejantes, que reduce el suelto medio por la competencia tan tremenda para lograr un trabajo, y absorbe gran parte de las ayudas de las distintas administraciones, las cuales quedan prácticamente limitadas en colectivos nacionales a los estratos de clase baja, haciendo que el resto vean, a su vez, reducida su capacidad adquisitiva “de facto”. Por no hablar de las listas de espera en los hospitales públicos, cuya atención es cada vez más deficiente (las salas de urgencias dan ganas de llorar), y la degradación incipiente de los barrios humildes de las grandes urbes, convertidos cada vez más en guetos de inmigración donde el nacional a día de hoy es el extranjero (doy fe de primera mano). Yo uso el ejemplo de los equipos de fútbol: cuando la base es el jugador nacional, el canterano que lleva el escudo sellado en el corazón, y se ficha extranjeros seleccionados y de calidad, los resultados salen. Un Frankenstein hecho de retales mercenarios, jamás va a tener la cohesión de aquél. Desde luego, no seré yo quien niegue el legítimo y honorable derecho de todo ser humano de intentar buscar un futuro mejor para él y su familia, faltaría más. Pero contra ese deseo, está el derecho de los ciudadanos de aquí de no sufrir las consecuencias de semejante descontrol migratorio. Y de que tanto las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, con el Ejército si es necesario, blinden mi frontera para que no sea violada cada día y sus funcionarios agredidos impúnemente. Pero como asumir un control sin complejos de nuestros límites territoriales hoy en día es de fascistas; si dices que muchos inmigrantes de los que han llegado son de un muy baja cultura y cualificación, eres un facha y si ver como una amenaza a los valores occidentales la colonización de determinadas zonas por parte de musulmanes con ideas intolerantes, es de ser un indeseable, éste es el resultado. Basta ya de ocultar la verdad: hay barrios en nuestro territorio nacional que a día de hoy no pueden ser pisados por un no árabe so pena de amenaza grave a su vida o integridad física (o si no, dese una vuelta por el barrio del Príncipe en Ceuta o la Cañada en Melilla, o sin irte muy lejos, en determinadas poblaciones de Cataluña, donde se están creando zonas NO GO en los que impera la Sharia). Se da la circunstancia de que las políticas de Pujol encaminadas a atraer más inmigración árabe en detrimento de la latinoamericana le está saliendo claramente por la culata, con una importantísima implantación de la ideología salafista, antesala del yihadismo más sanguinario. Hay centros de culto, mezquitas y madrasas en las que se está predicando la intolerancia y el odio impunemente y como algo normalizado, por imanes que no saben ni hablar castellano provenientes de lugares donde los derechos humanos se los pasan por el forro y siempre en detrimento de nuestros valores más sagrados, herencia de siglos de conocimiento acumulado. La calidad de vida de las grandes ciudades fuera de las zonas de alto nivel adquisitivo cada vez está más degradada, hay más delincuencia y comportamientos antisociales, por no hablar que gran parte de los delitos relacionados con la violencia de género (y del resto) proviene de extranjeros o con origen no nacional (esto también está prohibido decirlo) Se promueve la economía sumergida, se disparan los delitos contra la propiedad industrial frente a los que no se hace nada, un problema de soberanas dimensiones de manteros en zonas turísticas tanto de costa como en la capital, por no hablar de la intolerable ligereza con la que se está abordando el gravísimo ataque a nuestra soberanía sufrido en Cataluña, de tan timoratos, débiles y veleidosos en la toma de decisiones. Vamos de proa al iceberg, y no sé en qué se va a materializar, pero algo muy malo está llegando, y no hablo sólo de España, creo sinceramente que el Mundo va por unos derroteros muy peligrosos. Los políticos, siempre cambiantes, cobardes, mediocres y farisaicos, se empeñan en la táctica del avestruz, incapaces de coger el toro por los cuernos, y, salvo excepciones, llamar a las cosas por su nombre. Más preocupados porque no les llamen xenófobos que por gestionar adecuadamente nuestros límites territoriales y NUESTROS impuestos. Más preocupados por las próximas elecciones, que por el bien a largo plazo de sus ciudadanos. Y se empeñan en engañar, falsear, maquillar los datos y repetir una mentira hasta la saciedad hasta convertirla en realidad. La gente no está mejor, y la crisis económica tan grave provocada por psicópatas sin escrúpulos que estamos pagando todos y cada uno de los ciudadanos de a pie con nuestro sudor y sacrificio está para quedarse. Con la excusa de crear empleo, han machacado los derechos laborales de los trabajadores, disminuido sueldo, aumentado la carga de trabajo y cercenado cualquier atisbo de resistencia. Con lo que nos estamos convirtiendo, por arte de magia de políticos corruptos y banqueros sin escrúpulos, en remeros de galera romana, condenados a estar encadenados a trabajos basura para poder llevar el plato de comida a la prole, sin capacidad de réplica y con unos sindicatos que achantan a la sombra para mantener sus subvenciones y liberados profesionales. Una perspectiva preciosa para mi hija, sí señor. Con el advenimiento de la crisis se creó un caldo de cultivo magnífico para la presencia de una figura fundamental en los órganos directivos de las empresas: el psicópata o tiburón, tipo sin escrúpulos encargado por la patronal de hacer el trabajo sucio, es decir, purgar puestos de trabajo “prescindibles” y sembrar el terror en las organizaciones a golpe de dentellada, liberados ahora de las ataduras en el que se vieron sumidos por las políticas del estado del bienestar. A día de hoy el “currito” sólo tiene derecho a guardar silencio, y besar el suelo que pisa el empresario que le mantiene en su puesto. Y dando gracias. El caso es que éste es un patrón que ha venido para quedarse, porque funciona. El miedo guarda la viña, reza el dicho. Y mientras, el remero agacha las orejas, obediente por la cuenta que le trae y anestesiado de tanta bazofia en la que nada la vida política hoy en día. Luego, nos escandalizamos si Trump gobierna en EEUU, prospera el Brexit en Reino Unido, o ante el advenimiento de ideologías extremistas en Europa. Esto es sólo el principio. Como cayeron todos los grandes imperios, estamos siendo testigos del derrumbe de Occidente tal cual lo conocimos, y además a un ritmo vertiginoso, como todo en los tiempos que corren. Espero no estar aquí para ver el final. Y desde luego, esos chavales arropados y protegidos de los que hablaba al principio van a tener que adaptarse a un mundo muy diferente. El que ya está viniendo.