martes, 6 de noviembre de 2018

Reflejo de cambio.

Estaba leyendo el interesantísimo libro del brillante criminólogo Vicente Garrido, “Los hijos tiranos”, y me ha llevado a otros derroteros respecto a la sociedad a la que nos dirigimos, y no muy halagüeños precisamente. Garrido parte de la hipótesis de que, por varios motivos, hoy en día las familias somos menos competentes en la crianza de la prole, lo cual resulta sorprendente siendo la generación más preparada de la historia académicamente hablando y el nivel de bienestar es mucho más alto que el de nuestros padres o abuelos. Pero hay factores múltiples que obran en contra de una crianza adecuada (y esto ya es de mi cosecha) Creamos una sociedad demasiado confortable para el jovenzuelo, en la que imperaba lo fácil e inmediato, poco dado a aguantar la frustración, la demora, el trabajo duro, el sacrificio, en la que a los jóvenes poco o nada se les exige hasta el fin de sus estudios académicos. Tanta seguridad, sin referencias de lo que ha costado llegar donde estamos ahora, sin haber sufrido carencias ni grandes penalidades, no es bueno. Sin el testimonio de nuestros abuelos que sí supieron de la guerra, el hambre, las estrecheces, de esa generación en la que la solidaridad era la piedra angular en la que se basaba la convivencia, por pura necesidad. En la que era la COMUNIDAD la que se encargaba de criar a las nuevas generaciones y las familias no vivían tan encerradas en sí mismas, en sus pisos o urbanizaciones privadas. Falta la memoria de esa generación que poco a poco va desapareciendo y que podía hablar de cartillas de racionamiento, de trabajo infantil, de frío o de hermanos e hijos muertos por enfermedades hoy erradicadas. Existía la muerte y el sufrimiento porque formaba parte del pan nuestro de cada día, y era asumido con total naturalidad como una parte más de la existencia. Hoy en día sobreprotegemos a los pequeños en un capullo en mi opinión demasiado confortable, que no prepara para los reveses que tarde o temprano la vida va a infligirles, viéndose desvalidos y asustados frente a retos tan importantes como la falta de oferta laboral, la inmigración y la violencia incipiente en la sociedad. Hace unos pocos lustros, la madre estaba presente para monitorizar a los hijos. Esa parte fundamental se ha perdido con la inclusión de la mujer en el mercado laboral, y la obligatoriedad en gran parte de las familias de ingresar dos sueldos debido al desaforado encarecimiento de la vida. Hoy, con apenas unos pocos meses los hijos son colocados en una guardería si hay recursos para poder sufragarla, o si no, bajo el cuidado de unos cansados abuelos que altruístamente se “ofrecen” a ocupar un espacio que no les corresponde por edad y energías mientras que sus hijos andan ocupados en pagar las facturas. Este dato es dramático si nos referimos a familias inmigrantes, cuyos cónyuges que ven obligados a afrontar jornadas maratonianas en oficios de baja cualificación, dejando a los críos solos muchas horas, o al cuidado de una institución benéfica, un familiar o un vecino. Por no hablar de las familias monoparentales, en las que la madre se ve obligada a llevar la carga casi completa, y en la que la falta de una figura paterna conlleva en innumerables ocasiones graves problemas de disciplina en los menores. Es indiscutible que la figura materna ha sido a lo largo de la Historia una pieza clave sobre la que se asentaba la estabilidad de la familia. Sin negar su derecho legítimo a desarrollar una carrera profesional digna, mi opinión es que su ausencia, o la ausencia de uno de los progenitores para estar presente en la vida de los hijos, ha supuesto un grave hándicap en la interiorización de los valores de la sociedad por parte de las nuevas generaciones, las cuales pasan más tiempo en actividades extraescolares o en compañía de una PlayStation que haciendo vida familiar. Algo falla en este mundo si nuestros hijos pasan más tiempo “colocados” en algún sitio que con sus propios progenitores, pero la rueda de la economía ha de seguir girando. Otra grave amenaza que se cierne a la vuelta de la esquina es una crisis demográfica descomunal y las terribles consecuencias que a medio y largo plazo tendrá para nuestra nación, claramente motivada por una dinámica vital claramente incompatible con tener descendencia: jornadas laborales maratonianas cada vez más enfocadas al sector servicios, que con la liberalización de horarios comerciales hace un acto de heroicidad plantearse tener más de un hijo por hogar. A lo que hay que sumar un descenso de la capacidad adquisitiva debido a los sueldos cada vez más exiguos y la subida de precios generalizada, especialmente asociada a bienes de primera necesidad: gasóleo, luz, gas, casa y comida se llevan la inmensa mayoría de los recursos que entran en los hogares españoles, dejando muy poco margen para lujos asiáticos del tipo “tener un vástago”. La tasa de reposición sólo se cumple en el caso de los inmigrantes, los cuales en cuestión de una generación van a pegar un salto descomunal en términos cuantitativos, con las consecuencias tan perniciosas que ello acarrea. La capacidad de asimilación de nuevos integrantes de culturas tan dispares entre sí y al tiempo diferentes a la nuestra es limitada, y hoy en día se está viendo completamente desbordada con las oleadas de nuevos inmigrantes que, tanto legal como ilegalmente, asedian nuestro país. No hay nación que soporte tasas de inmigración semejantes, que reduce el suelto medio por la competencia tan tremenda para lograr un trabajo, y absorbe gran parte de las ayudas de las distintas administraciones, las cuales quedan prácticamente limitadas en colectivos nacionales a los estratos de clase baja, haciendo que el resto vean, a su vez, reducida su capacidad adquisitiva “de facto”. Por no hablar de las listas de espera en los hospitales públicos, cuya atención es cada vez más deficiente (las salas de urgencias dan ganas de llorar), y la degradación incipiente de los barrios humildes de las grandes urbes, convertidos cada vez más en guetos de inmigración donde el nacional a día de hoy es el extranjero (doy fe de primera mano). Yo uso el ejemplo de los equipos de fútbol: cuando la base es el jugador nacional, el canterano que lleva el escudo sellado en el corazón, y se ficha extranjeros seleccionados y de calidad, los resultados salen. Un Frankenstein hecho de retales mercenarios, jamás va a tener la cohesión de aquél. Desde luego, no seré yo quien niegue el legítimo y honorable derecho de todo ser humano de intentar buscar un futuro mejor para él y su familia, faltaría más. Pero contra ese deseo, está el derecho de los ciudadanos de aquí de no sufrir las consecuencias de semejante descontrol migratorio. Y de que tanto las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, con el Ejército si es necesario, blinden mi frontera para que no sea violada cada día y sus funcionarios agredidos impúnemente. Pero como asumir un control sin complejos de nuestros límites territoriales hoy en día es de fascistas; si dices que muchos inmigrantes de los que han llegado son de un muy baja cultura y cualificación, eres un facha y si ver como una amenaza a los valores occidentales la colonización de determinadas zonas por parte de musulmanes con ideas intolerantes, es de ser un indeseable, éste es el resultado. Basta ya de ocultar la verdad: hay barrios en nuestro territorio nacional que a día de hoy no pueden ser pisados por un no árabe so pena de amenaza grave a su vida o integridad física (o si no, dese una vuelta por el barrio del Príncipe en Ceuta o la Cañada en Melilla, o sin irte muy lejos, en determinadas poblaciones de Cataluña, donde se están creando zonas NO GO en los que impera la Sharia). Se da la circunstancia de que las políticas de Pujol encaminadas a atraer más inmigración árabe en detrimento de la latinoamericana le está saliendo claramente por la culata, con una importantísima implantación de la ideología salafista, antesala del yihadismo más sanguinario. Hay centros de culto, mezquitas y madrasas en las que se está predicando la intolerancia y el odio impunemente y como algo normalizado, por imanes que no saben ni hablar castellano provenientes de lugares donde los derechos humanos se los pasan por el forro y siempre en detrimento de nuestros valores más sagrados, herencia de siglos de conocimiento acumulado. La calidad de vida de las grandes ciudades fuera de las zonas de alto nivel adquisitivo cada vez está más degradada, hay más delincuencia y comportamientos antisociales, por no hablar que gran parte de los delitos relacionados con la violencia de género (y del resto) proviene de extranjeros o con origen no nacional (esto también está prohibido decirlo) Se promueve la economía sumergida, se disparan los delitos contra la propiedad industrial frente a los que no se hace nada, un problema de soberanas dimensiones de manteros en zonas turísticas tanto de costa como en la capital, por no hablar de la intolerable ligereza con la que se está abordando el gravísimo ataque a nuestra soberanía sufrido en Cataluña, de tan timoratos, débiles y veleidosos en la toma de decisiones. Vamos de proa al iceberg, y no sé en qué se va a materializar, pero algo muy malo está llegando, y no hablo sólo de España, creo sinceramente que el Mundo va por unos derroteros muy peligrosos. Los políticos, siempre cambiantes, cobardes, mediocres y farisaicos, se empeñan en la táctica del avestruz, incapaces de coger el toro por los cuernos, y, salvo excepciones, llamar a las cosas por su nombre. Más preocupados porque no les llamen xenófobos que por gestionar adecuadamente nuestros límites territoriales y NUESTROS impuestos. Más preocupados por las próximas elecciones, que por el bien a largo plazo de sus ciudadanos. Y se empeñan en engañar, falsear, maquillar los datos y repetir una mentira hasta la saciedad hasta convertirla en realidad. La gente no está mejor, y la crisis económica tan grave provocada por psicópatas sin escrúpulos que estamos pagando todos y cada uno de los ciudadanos de a pie con nuestro sudor y sacrificio está para quedarse. Con la excusa de crear empleo, han machacado los derechos laborales de los trabajadores, disminuido sueldo, aumentado la carga de trabajo y cercenado cualquier atisbo de resistencia. Con lo que nos estamos convirtiendo, por arte de magia de políticos corruptos y banqueros sin escrúpulos, en remeros de galera romana, condenados a estar encadenados a trabajos basura para poder llevar el plato de comida a la prole, sin capacidad de réplica y con unos sindicatos que achantan a la sombra para mantener sus subvenciones y liberados profesionales. Una perspectiva preciosa para mi hija, sí señor. Con el advenimiento de la crisis se creó un caldo de cultivo magnífico para la presencia de una figura fundamental en los órganos directivos de las empresas: el psicópata o tiburón, tipo sin escrúpulos encargado por la patronal de hacer el trabajo sucio, es decir, purgar puestos de trabajo “prescindibles” y sembrar el terror en las organizaciones a golpe de dentellada, liberados ahora de las ataduras en el que se vieron sumidos por las políticas del estado del bienestar. A día de hoy el “currito” sólo tiene derecho a guardar silencio, y besar el suelo que pisa el empresario que le mantiene en su puesto. Y dando gracias. El caso es que éste es un patrón que ha venido para quedarse, porque funciona. El miedo guarda la viña, reza el dicho. Y mientras, el remero agacha las orejas, obediente por la cuenta que le trae y anestesiado de tanta bazofia en la que nada la vida política hoy en día. Luego, nos escandalizamos si Trump gobierna en EEUU, prospera el Brexit en Reino Unido, o ante el advenimiento de ideologías extremistas en Europa. Esto es sólo el principio. Como cayeron todos los grandes imperios, estamos siendo testigos del derrumbe de Occidente tal cual lo conocimos, y además a un ritmo vertiginoso, como todo en los tiempos que corren. Espero no estar aquí para ver el final. Y desde luego, esos chavales arropados y protegidos de los que hablaba al principio van a tener que adaptarse a un mundo muy diferente. El que ya está viniendo.

sábado, 15 de septiembre de 2018

Duele España, o lo que queda de ella.

A día de hoy, es imposible mirar a España con ojos de optimismo. Me viene a la memoria una anécdota en una entrevista que le hicieron a Fernando Fernán Gómez, en el que el periodista le preguntó ¿Es usted feliz? A lo que el siempre cascarrabias actor le respondió algo así como “¿Se está usted quedando conmigo?” Éste sí que sabía lo que es ser un español lúcido. Realmente, nunca hemos terminado de consolidar completamente el potencial que se nos supone, entre otras cosas porque somos un país con igual talento para la épica y para el estropicio. Me mueve a escribir estas líneas al tiempo la impotencia y la indignación. Se puede hacer nada o muy poco, salvo desahogarse dándole a la tecla. Vivimos perdidos en eternas y sucesivas cortinas de humo que nos mantienen en un trance del que no logramos salir. Somos imbéciles, pero he de reconocer que nos ayudan sobremanera a mantenernos en nuestra estupidez. ¿O es miedo? Se ha instaurado una caza de brujas en la vida política que está dejando al inquisidor Torquemada a la altura de un ratoncito de campo. Ahora, todos nosotros con un simple móvil nos podemos convertir en un pequeño Himmler, cruel, despiadado y, lo mejor, sin necesidad de dar la cara para rendir cuentas de las blasfemias, injurias y exabruptos vertidos. Aunque supongo que Twitter no deja de ser el reflejo de lo que es el ser humano cuando nadie le mira: vil, mentiroso, despiadado y cobarde. Eso sí, somos especialistas en el despelleje sin cuartel por las minucias más insignificantes, dejando a un lado lo verdaderamente importante: lo que me da o quita de comer, eso es intrascendente, tan sobrados vamos aquí de recursos que nos podemos permitir el lujo de malgastar el tiempo en este tipo de gilipolleces. Algún optimista irredento dirá que soy un poquito exagerado. Yo le respondería que soy español, tengo ojos en la cara, libros en la memoria y unos cuantos costalazos a mis espaldas. No ser un pesimista congénito hoy en día en esta santa piel de toro supone un acto de fe que, la verdad, no sé si me apetece. Lo peor de todo no es que haya mediocridad donde debiera haber excelencia. No. El problema es dónde está colocada (o la hemos colocado, más bien) ¡Estos imbéciles manejan nuestro dinero! Presupuestos de miles de millones de euros en manos de personajes cuyo único mérito es portar el carnet de un partido político. Esta clase de burócratas tramposos e incompetentes es donde desembocan la inmensa mayoría de los males que asolan el panorama actual. La corrupción en las universidades, la caída de las cajas de ahorros, el saqueo de las arcas públicas, un sistema educativo que hace aguas, una sanidad que va de mal en peor, la burbuja de la vivienda, el precio desorbitado de los suministros básicos, la desmantelación de la integridad territorial de España, la inmigración descontrolada. ¿Sigo? Con todo, lo peor, siendo catastrófico, no es lo señalado. No. Lo peor es haber acabado con un proyecto de país, el haber liquidado la moral de la sangre joven, empujándola a buscar nuevos horizontes allá donde pueden aspirar a algo más que a poner cafés en un Starbucks (eso sí, con la formación sufragada por nosotros, los alemanes tan felices) Es habernos dejado sin referencias morales en las que reflejarnos, sin faros éticos que muestren el camino de la rectitud. En lugar de eso, la vida pública se ha convertido en una carrera del lince para ver quién es el que encuentra el atajo más corto para llegar al objetivo, demostrando una vez más que las normas son sólo para los pringados. Con esas lamentables referencias. ¿Qué motivación le queda al españolito de a pie para ser decente? ¿Para pagar el IVA en el taller, o al albañil que repara el baño, si lo único que ve en los poderosos es inmundicia y falta de escrúpulos? Estamos en manos de psicópatas, a los que les importamos una mierda, salvo en calidad de pagadores de impuestos o remeros en sus galeras. Este proyecto de país que rozó la gloria con la punta de los dedos, se ha convertido, con mi permiso y el de usted, por nuestra pasividad, analfabetismo y cobardía, en una fétida cloaca. Estamos tan de mierda hasta el cuello, que ya ni la olemos. Y de vez en cuando, si ven que despertamos, nos tiran una bomba de humo tipo Valle de los Caídos, volviéndonos a sumir en un sueño placentero en el tren de camino al trabajo, que casi agradecemos para así dejar de plantearnos seriamente la puta mierda de país en que nos hemos convertido.

domingo, 25 de marzo de 2018

¿Justicia?

La banalidad del mal. El sinsentido para las personas corrientes de actos que la mayoría sería incapaz de acometer nos conmueve, nos fascina, nos sorprende, nos indigna, todo a la vez. Voy a hablar de la violencia, pero esta vez de la que nunca se habla y muchos varones sufren en silencio. El porqué del comportamiento de los seres humanos siempre me ha producido una atracción irresistible, aunque siempre llegue a la misma conclusión. ¿Quién lo sabe?.¿ Quién es capaz de meterse en el alma y espíritu de un asesino, un violador, un pederasta? Todos los análisis son insuficientes para tratar de desentrañar la raíz del comportamiento humano, ese ser impredecible y al tiempo fascinante, capaz de inventar el avión y después usarlo para tirar a sus congéneres a un mar infestado de tiburones. La libertad y la ventaja evolutiva que nos ha aportado el raciocinio es al tiempo un instrumento magnífico y una condena, nos convierte en seres tan perdidos ante la avalancha de información a nuestro alcance y las inmensas posibilidades que nos brinda la tecnología que entramos en cortocircuito. La papeleta vital en una sociedad desarrollada es de aúpa. Vivir cada vez es más complicado y saber vivir se ha convertido en un arte eternamente inacabado propio de un fino artesano. Me da la impresión de que el ser humano del siglo XXI , navega unas aguas muy turbulentas. La falta de respuestas a tantas preguntas que en tiempos pasados respondía el párroco en el púlpito los domingos por la mañana nos está volviendo locos. Lo creo sinceramente. El Orfidal es la Biblia de hoy en día. Lo mismo que los ramalazos modernos por el deporte extremo y el culto al cuerpo, los juegos on line, el tabaco, las páginas porno. Necesitamos de vías de evacuación como las ollas exprés una espita, simplemente para no explotar en un mundo en el que nos manejamos en la eterna contención, portando una careta de normalidad que esconde esa bestia disfrazada de normas que cuando sale es aterradora. En lo ininteligible del comportamiento humano vaga mi mente cuando llega el asesinato del pececillo Gabriel a manos de la pareja de su padre y que tanto ha sacudido la opinión pública. Ingentes horas de debate y tecla se han gastado en intentar desentrañar el móvil, por qué una persona adulta acaba de manera tan vil con un ser indefenso y al tiempo tan inocente. Se habla de celos, de dinero, de locura… Mi opinión es que es tan sencillo y complejo al tiempo como que estamos rodeados de seres maléficos: el mal existe, genuino y carnal. Puede ser lo mismo la charcutera del barrio, que el conductor del autobús o un profesor de la universidad, ya va siendo hora de que deje de impactarnos la idea de que hay personas demoníacas a nuestro alrededor, lo mismo que no nos sorprende que salga el sol por la mañana. Esta mujer dominicana es una psicópata de manual que lleva ejerciendo como tal desde que se le conoce historial, una más del cinco o diez por ciento de su especie que conviven con nosotros a diario en nuestro trabajo, el gimnasio o las clases de cocina. La mayoría no llegará tan lejos como ella, y su violencia la ejercerá sin traspasar ese límite que tan bien conocen por tan frecuentado. Lo suyo es la destrucción por goteo, sibilina y soterrada, de todo aquel que le suponga un obstáculo en su vida por el motivo que sea: lo mismo una ex pareja, que un compañero de trabajo que le haga sombra. Sólo unos pocos de entre ellos llegarán a Ted Bundy. Se alimentan del ejercicio del control sobre todos aquellos a los que pretenden destruir, y el único sentimiento genuino que albergan es la ira. No soltarán la presa hasta que quede plenamente devastada. Centrándonos en las mujeres, hoy en día ser mujer, madre y psicópata es una amenaza para su entorno equivalente a las bombas de Hiroshima y Nagasaki juntas. A la facultad propia de ejercer el mal de algunas personas del sexo femenino por goteo de baja intensidad hay que unir la patente de corso que atesoran cuando se trata de enfrentarse al sistema judicial, ya sea por una separación, un divorcio o la lucha por la custodia de los hijos. ¿Conocen algún caso de una mujer que se haya quedado en la calle tras una separación con hijos de por medio? Les doy un día y medio para pensarlo. No necesitan derramar ni una gota de sangre, ni hematomas ni lesión física alguna para dejar al contrario para tirarlo al cantón de limpieza. En nuestros días, además, gozan de aliados inestimables: un sistema institucional que por querer solucionar el problema de la violencia que ejercen ciertos hombres sobre las mujeres, han abierto otro frente silencioso pero no por ello menos grave: el de los hombres machacados laboral, económica y emocionalmente por féminas que usan esas armas de destrucción masiva que el sistema le proporciona para, impunemente, reducir a escombros a un ser humano, aún a costa de sus propios hijos. Alucinante. ¿Verdad?. Pero tan cierto como que estoy escribiendo estas líneas ahora mismo. Fíjense ustedes el caso de un amigo. Separado hace dos años, debió recurrir al sistema judicial por la nula voluntad de negociación de su ex pareja para llegar a una entente cordial (lógico, sabe lo que hay), que “bien” asesorada por abogados con menos escrúpulos que un escorpión africano, ha dejado literalmente desplumado. Esto no es una exageración, con cuarenta y cinco años que arrastra, le pide dos euros a sus padres para que sus hijas cuando están con él puedan comprarse unas gominolas. ¡¡Tela!! La señora jueza, ejerciendo la potestad que le ampara y le convierte en la figura más cercana a dios que existe sobre la faz de la tierra no ha dictado una sentencia, básicamente ha condenado a mi amigo a la indigencia, ejerciendo un, como mínimo, particular concepto de la Justicia. Mi amigo come gracias a la caridad de su familia y echa gasoil al coche con el dinero que le pasa su madre. Por si esto no fuera suficiente, además ha de aguantar la alienación parental a las que somete a su descendencia en común, el acoso psicológico continuado en forma de mails, WhatsApp, llamadas y las constantes provocaciones en los intercambios de las criaturas a sabiendas de que juega con una mano ganadora en todo momento y que cualquier movimiento en falso de la contraparte acabaría con sus huesos en el calabozo. En resumen, el SISTEMA ha puesto a disposición de una verdadera HIJA DE LA GRAN PUTA misiles nucleares que ha usado a discreción y sin piedad para acabar con la vida de mi amigo en todos y cada uno de sus aspectos (salvo en su dignidad, esa sigue intacta). ¿O ustedes piensan que una separación (con las circunstancias que medien, me da igual, salvo violencia que no es el caso) es motivo o da el derecho a un ser humano sea del sexo que sea a machacar a otro y reducirle a polvo, usando la descendencia en el proceso? La bandera reivindicativa que en los últimos tiempos tanto enarbolan unos y otras de una legítima igualdad de sexos se está viendo manchada por casos de flagrantes injusticias infligidas a hombres sólo por el mero hecho de serlo. Se está pasando de un extremo en el que la mujer se veía desprotegida ante la violencia gratuita de muchos varones, al lado contrario en apenas treinta años. Suena más a una venganza lenta y maquiavélica que a un afán de justicia social igualitaria. A una revancha, más que a tender puentes de convivencia. Da miedo. Ser varón hoy en día y tener que enfrentarse a los envites de una mala pécora que quiera llevar al extremo su vendetta contra ti puede llevar al abismo más profundo, a convertir a un ser humano en un menesteroso. Porque si, señores, ya es hora de decirlo. Es perfectamente compatible ser mujer, madre y separada y al tiempo una perfecta hija de perra. Ser madre no convierte a una mujer en la Virgen María. Estar separada o que le deje el varón no significa que sea Teresa de Calcuta, tener vulva no les convierte en el sexo débil y que mueran cuarenta y tantas mujeres a manos de sus parejas o ex parejas cada año no las convierte automáticamente a todas en víctimas per se. Y que conste, reniego de cualquier tipo de violencia, pero basta ya de partir de falsos estereotipos. Porque las mujeres, a su manera y con los instrumentos adecuados pueden dañar más que una puñalada, no todo ha de reducirse a lesiones y sangre. ¿Quién protege al varón de las lesiones del alma?. ¿Cuántos han acabado suicidándose porque se han visto indefensos y no han podido aguantar más el acoso psicológico al que impunemente les ha sometido una ex pareja? Esas estadísticas supongo que no interesa que salgan a la luz pública. Y daré otro paso más. Sin justificar, repito, sin justificar en absoluto el uso de la fuerza. ¿Cuántos casos de violencia machista tienen su raíz en haber llevado al hombre al extremo? ¿A que la otra parte haya usado a los hijos para atacarles, a que se hayan visto desplumados, triturados psicológicamente y arrastrados a un estado de extrema desesperación? Llegar a la raíz de la violencia es analizar cada uno de los aspectos involucrados en la misma, no poniendo siempre el foco en el varón que se le “va la olla” y comete una atrocidad. Eso, señores y señoras, es un error claro de sesgo y no ayuda en nada a solucionar esa lacra que es la violencia familiar, venga de donde venga. Ya va siendo hora de dar luz y taquígrafo a una verdad que nadie se atreve a afrontar por miedo (y con razón) a que la sociedad ,con su ola de feminismo hipócrita y mal entendido, te pase por encima como un tsunami. Estamos pisando un terreno muy peligroso, que fomenta la hostilidad, en lugar de aminorarla. Y a los hechos me remito: desde que se instauró la Ley de Violencia de Género, no ha bajado en absoluto la cifra anual de muertas por este motivo. ¿Nadie lo ve? Estamos obligados como sociedad a analizar muy seriamente los errores garrafales en los que estamos incurriendo, pues estamos vistiendo un santo desvistiendo otro. Me da la impresión de que si no rectificamos, algún día se recordará esta época como el nazismo, en el que un chivo expiatorio fue masacrado sin motivo ni razón en aras de una causa supuestamente superior. Para muchos varones será tarde ya. No busquen explicación al comportamiento humano, sólo póngale límites para no alimentar la bestia oculta que muchos llevamos dentro.