sábado, 17 de junio de 2017

La guerra que viene

Que nadie se engañe. Estamos en plena caída del Imperio Romano. Los bárbaros no es que acechen ahí fuera, ya están aquí (voz de niña de Poltergeist). Todavía el animal pega coletazos, pero la bestia le tiene agarrado por la yugular, y no va a soltar hasta que deje de respirar. Estamos heridos de muerte, jadeantes ante lo inminente. Te engañaría si dijera que poseo una bola de cristal en la que observo el devenir de la Humanidad: no sé si será un estado islámico que nos devuelva a la Edad Media en fanatismo y oscuridad, un imperio asiático regido por China, o directamente la destrucción en un apocalipsis climático porque el planeta diga basta y nos convierta a todos en polvo cósmico. Sólo echa un ojo a tu alrededor: Macron en Francia, Putin en Rusia, Trump en EEUU no son casualidades. Como no lo es la caída de las Torres Gemelas, la Gran Crisis desde 2007, el Brexit o el naufragio del Costa Concordia. Son termómetros que marcan los derroteros hacia los que se dirige la Raza Humana., la hoja de ruta que nos lleva de proa directos hacia el iceberg. Hasta el año ochenta y nueve del pasado siglo el equilibrio de fuerzas entre los dos bloques, occidental y comunista, mantenía a raya la codicia. Después, el MAL, sin una amenaza clara que le atara los machos, volvió a campar a sus anchas por la campiña francesa. Mi teoría es que, al igual que Hitler habría sido una anécdota graciosa en la Historia de la Humanidad sin esa feroz crisis económica, hoy en día lacras como la yihad en Europa no tendrían sentido sin las crecientes desigualdades que nos asolan. De nuevo, todo un clásico en la Historia: la avaricia se ha impuesto al bien común y la fragmentación del poder en los tiempos actuales (recomiendo leer “el fin del poder", de Moisés Naim) impide remar en la misma dirección en cuestiones críticas como es el cambio climático, el afrontamiento de la crisis financiera, la política migratoria o la política armamentística. Hay algo intrínsecamente podrido en el Sistema si, voluntaria y conscientemente,se deja atrás a los más débiles para salvar a los de siempre, corriendo el peligro de que aquellos se harten de sufrir y peleen. Y son muchos más. Que se lo digan a María Antonieta o al zar Nicolás II, Dios los acoja en su seno. Y en este espacio me quiero centrar en los ciudadanos de origen árabe, en su mayoría de religión islámica (aunque en buena parte el planteamiento es extrapolable a otras culturas) Cuando no se dan alternativas en la sociedad actual multirracial y multicultural a MILLONES de inmigrantes, ni se les inculca a través del sistema educativo los valores occidentales (por las buenas, o por las malas), ocurre que al final te pasan por encima como un carro de combate sobre un arbolito. Por pura estadística. La ideología extremista de origen islámico tampoco es una casualidad. Es el fruto de décadas mirando a otro lado, escondiendo la basura debajo de la alfombra para que no se vea, hasta que te inunda la casa. En lugar, cuando eran un número aún manejable, de integrar a la comunidad musulmana, invirtiendo en recursos educativos, sociales y culturales, apartando nuestros complejos para, si es necesario, castigar o reconvenir a aquellos individuos que desde su atalaya incitaran al odio o mostraran actitudes incompatibles con la libertad, la igualdad y la democracia; en vez de controlar las fronteras para que la arribada de inmigrantes (con todo el derecho del mundo de labrarse un futuro mejor) fuera ordenada y progresiva, con el objeto de que los valores del receptor no sean amenazados por los recién llegados, nos hemos convertido por mor del qué dirán, y el “que nadie me llame racista, ni xenófobo” en conejos asustados por los focos de un automóvil. En vez de utilizar adecuadamente los recursos de los que nos dotamos como sociedad para controlar corrientes que atentan directamente contra nuestros valores fundamentales, ponemos en la picota a nuestras fuerzas de seguridad si actúan defendiendo nuestro territorio soberano. Es decir, hemos pasado a ser víctimas, incapaces de reaccionar ante lo que se nos viene encima. La comunidad islámica es muy potente, cada vez más numerosa e influyente, y estamos fracasando estrepitosamente en el proceso de asimilación. Se podrá argumentar que el choque cultural es formidable. Si, lo es. También nuestra estupidez, demagogia, “buenrollismo”, complejos y escasez de miras que nos ha llevado donde estamos. Porque, y esto quiero dejarlo MUY CLARO, sin en absoluto justificar los actos de barbarie que los terroristas de corte yihadista están llevando a cabo, mi opinión es que los hemos fabricado nosotros. Nosotros hemos dejado crecer la bestia, y ahora esa bestia nos está comiendo por los pies. Y pienso que atravesamos una incuestionable crisis de valores en buena parte motivada por esta “reordenación” global de la economía que sufrimos, en el que OTRA VEZ, los poderosos son cada vez más poderosos y los pobres, cada vez más menesterosos. Un joven con esperanzas, una buena educación, integrado, perspectivas de futuro y un buen empleo normalmente (salvo que tenga una enfermedad mental) no va a inmolarse en nombre de Alá. Generalmente, los muyahidines que dan su vida por la causa y suben a disfrutar de sus setenta y dos vírgenes es debido a sus pocas esperanzas terrenales. Provienen de barrios marginales, familias pobres, con escasos recursos para revertir su miseria, y generalmente están condenados a ejercer trabajos que no quiere nadie porque se les condiciona desde la cuna. Básicamente, no tienen nada que perder. Es decir, el imán que incita a la yihad o el youtuber de turno les da a esta generación de chicos lo que necesita un espíritu joven: un objetivo, una bandera, una esperanza, algo por lo que luchar (y muchas veces, morir). Y un culpable. A esto le añades unos cuantos barriles de keroseno (foto de las Azores), la estupidez y arrogancia norteamericanas y un par de conflictos armados mal y nunca resueltos, y obtienes un caldo que deja a la bomba de Hiroshima a la altura de un petardo de feria. Y vamos a peor. El reclutamiento para la causa es inversamente proporcional a la falta de argumentos de los países occidentales, hipócritas e ineficaces. Y finalmente, porque serán mayoría, más jóvenes y con menos que perder, nos pasarán a cuchillo, como bien vaticina mi querido Don Arturo, que ese sí sabe de bolas de cristal. Y de cómo se fabrica una guerra.