domingo, 4 de diciembre de 2016

El coste de la avaricia.

Tengo dos amigos valientes. Luchan una batalla que saben perdida de antemano, pero lo hacen como si fueran a ganar, como si se dijeran a sí mismos, sí, sé que me vas a pasar por encima, pero no va a ocurrir sin que te sangre la nariz, el tiro de gracia lo voy a recibir de pie. Como la carga de la caballería polaca en el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, o como ese croata al que están quemando su casa en la Guerra de los Balcanes y se mantiene incólume ante la adversidad. Y es que se van apagando poco a poco, con una dignidad y una entereza que no puede inspirar nada salvo admiración. Les ha tocado la china a dos seres humanos con un corazón que no les cabe en el pecho, sin saber porqué, y de la manera más cruel que puede llegar a imaginarse. A uno le ha tocado una enfermedad ideada por el demonio, al otro, el abandono de su propio país: su enfermedad se llama España. De que mi amigo padezca una enfermedad incurable como es la Esclerosis Lateral Amiotrófica, nadie tiene la culpa, obviamente. Nadie dijo que la vida fuera justa. El azar, el destino, el diablo, o como quiera llamarse, se cobra víctimas cada día, y no hay ser humano sobre la faz de la tierra al que la vida tarde o temprano no le inflija una cuchillada entre las costuras. Forma parte del juego. Aceptar las cosas como son no reduce la impotencia, la frustración y la rabia que me asola. Hay circunstancias inevitables, la vida en estado puro. Eso es una cosa, otra es cuando pienso que el destino de personas como mis amigos podría ser muy distinto. Si. Totalmente diferente. Tal vez, sólo habiéndolo sufrido dentro de diez años, o de veinte, con una cura o vacuna o tratamiento efectivo, quizá, hoy esta entrada en mi blog no tendría sentido. Tal vez, si en vez de trincar su tres por ciento en Cataluña los salvadores de la patria, esos recursos hubieran sido destinados a crear laboratorios poblados de científicos brillantes, hoy el destino de ambos sería otro, y mi tono de escritura también. Si en vez de sufragar carreteras de peaje inútiles, se hubieran preocupado en retener cerebros brillantes y no ponerles una alfombra roja para que ofrezcan sus conocimientos vendiendo sándwiches en Covent Garden, la película sería muy diferente. Si esos hijos de la gran puta que han manejado el cotarro no hubieran saqueado el país, tal vez ahora mi amigo tendría una esperanza, y ese científico brillante no estaría rezando para que le llamen de The Phone House, porque tiene la dudosa costumbre de comer todos los días. Me temo que mi amigo enfermo de ELA, y el científico enfermo de España se irán de aquí sin saber cuál hubiera sido el resultado de haber gozado de partidos e instituciones públicas al servicio de los ciudadanos, y no al revés. Algún día habrá un remedio para la esclerosis, estoy seguro. Para la imbecilidad, jamás. Y yo, personalmente, me cago en todos los Bárcenas, Bigotes, Ratos, Blesas y ERES de Andalucía….por mis dos amigos que se mueren.